Mañana comienza la odisea…
Han desatado las amarras de los
barcos que se mecen en la orilla y la arena ha perdido su vieja forma
conspirando con el viento. Los caminos atestados por el gentío permiten el paso
de uno solo, yo, que de mí mismo se despide y me veo ir y consigo finalmente
alejarme; pues mañana empieza el mismo viaje y el agua salada sacude con fuerza
el peso de otras olas, ya lejanas. Un marinero ríe a carcajadas y me río en el
reflejo de su risa de bronce que es la mía. El cielo es dolor sobre navíos que
solo atinan a crujir, y los hombres abrazan a mujeres de ojos tristes.
Seguramente mañana se termina este
sufrir; el niño de la isla azul corre entre las algas y recoge fragmentos de
caracolas, los pies pequeños se acercan al último barco que se aleja y lo
saludan, saludan a los últimos mensajeros, me saludan a mí. Mis dedos ancianos
tropiezan en el bolsillo con un puñado de caracolas rotas. Seguramente mañana
la espera atraerá al sueño, pues la pesadilla en esos ojos no se borrará, no se
quebrará. Las oscuras noches han pasado mirándolos a ellos, sobre la orilla
siempre; de que sueño es origen este miedo o de que horror es génesis este
sueño. Inmóvil ahora, percibo el sueño que se aleja mientras voy con él al lado
mío.
La roca mañana será la nueva arena y
el viento que se desliza entre los rostros que ondulan en la arena ahora,
ondulará sobre mí, que me aferro a esta costa que no existe y se diluye en este
mar formado por mi agua, bajo el vaivén de los barcos que me nombran mientras
parto. Esta playa debajo del nuevo sol estará vacía y para esos rostros el faro
será solo un recuerdo extraño, como esa niebla que me envuelve aquí sobre la
roca.
El anciano observa los barcos que
cabecean y arroja su sombrero al aire frío. Levanto la cabeza y mi luz se
pierde en esa búsqueda sin objeto. Mañana. Ella dará a conocer las viejas respuestas;
está entre ellos, entre los más ancianos, protegiéndolos del viento. Los
jóvenes la miran y sueñan por esa cabellera con temor, como sueño yo en la
cubierta arrasada por las olas mientras estrujo este puñado de papales mojados
por la lluvia.
Mañana es el último minuto de este
día. La llovizna gris es el ramo de flores arrojado, sobre cuerpos extraños
pertenecientes a otro sol, a otra piedra desgarrada y única. He descendido
sobre mí mientras contemplo, el presagio de muerte que cae sobre los barcos en
el horizonte.