Soledad de gatos sin bigotes,
en el silencio rojo de la tarde.
Susurros de pequeñas ramas,
de árboles gigantes y callados.
A mi derecha, una ventana de
cristales limpios me dejaba entrever una pared de suave terminación, algo así
como un viejo abanico japonés, una superficie manchada ex profeso en tonos
verdes, anaranjados y ceniza. Escarbando en mi memoria me recordaba a un recodo
del Viejo Río Amarillo, un tramo turbulento captado por un antiguo artista en
donde solo se apreciaban los altos barrancos y las erosionadas piedras
rechazando la espuma de unas olas sucias y pluviales. En un rincón de la
escena, unos palisandros en flor y debajo de ellos un despeinado gato
amarronado. Mi mirada se perdía en la escena recreada mientras el tiempo se me
consumía en ese Cyber-Café, tenía tantas cosas que decirte y solo conseguía
posar la mirada en una ventana, tenía tanto que aclararte y solo imaginaba
gatos en la tarde.
Te hablaré de gatos nómades,
apreciando la brisa de la tarde.
Un bailoteo de hojas trémulas,
en nervaduras que tiñe el sol.
Había reservado tiempo para
dedicártelo y conversar tranquilos, acercar tus palabras a las mías, lo que
significaba estar conectados mediante el mensajero, ya que tú estabas en una
cercana ciudad y yo en un día de trabajo liviano, esos días posteriores a un
feriado o a un domingo de fin de mes. Había regateado tiempo a iracundos
relojes para compensarte por las anteriores mezquindades de mi poesía urbana.
Supuse que ese esfuerzo retornaría a mí en forma de frases y sonrientes
respuestas a tus interrogantes, no me percaté del lance cínico que me jugaba mi
mirada, perdiéndose en lo inconmensurable de una ventana en el mes de abril.
Saludo a los gatos en la tarde,
les dejo largos bigotes nuevos.
Hojas caducas se desprenden,
y lentas caen hacia las raíces.
Así transcurrió este minuto, esta
hora vana, mi persona a través de la ventana mirando una pared y el árbol
descascarado que en ella se apoyaba. Un gato de polvo y bronce recorrió el
perfil de los ladrillos haciendo caso omiso de los abismos humanos
vislumbrados. Pensé que debería haber sido un mono, para hacer justicia al
escenario oriental imaginado, no un felino desganado por la calidez de la tarde
despanzurrando con sus garras la corteza y desapareciendo como una ilusión de
mis sentidos. Sabias de mis distracciones particulares y lo atribuiste a que
extrañaba tu presencia, algo de eso enturbiaba mi mirada pero mi soledad
hablaba solo de mi escape por una ventana y mi carencia de palabras era mi
reflejo en el cristal, engañándome, haciéndome burla, para olvidar la terquedad
de mis silencios.
Acaba aquí mi melopea de gatos,
voces aterciopeladas en la tarde.
Tu voz y la mía, no despertaran,
la vieja cadencia de las palabras.
Cerré el mensajero, aleje mis manos
del teclado. Lentamente retuve en mi paladar el gusto del último sorbo de café.
Su amargura me reconfortaba, me hacía sentirme real al evadirme de un mundo de
links y pestañas multicolores. A través de mi reflejo, de mi rostro deforme e
inexpresivo, veo al gato sobre el árbol, mirando algo por encima de mí,
dedicado a sus cuestiones superiores, tal vez un pájaro u un roedor. Quieto,
ensimismado, ajeno a todo lo humano. Vuelvo de golpe a tus últimas palabras,
quisiera encontrarles un sentido, materializar sendas o soluciones, pero también
sabias de la incomodidad de los silencios, del instante en que ya las manos no
quieren responder. Prometí escribir, como siempre, ignorando el artificio o la
mentira para entregarte palabras verdaderas. Tú también habías abandonado el
chat, quizás te aburrías y no sabías como decírmelo. Así somos, acaso, seres
enfrentados por un ocaso de palabras.
Seremos los dos, arte sin hojas,
sin ruidos, la vida en un sueño,
estaremos quietos y adormecidos
como dioses gigantes y callados.