26 julio 2014

Versión adulta del poema para Ismael: Gatos en la tarde (de la incomodidad de los silencios)

Soledad de gatos sin bigotes,
en el silencio rojo de la tarde.
Susurros de pequeñas ramas,
de árboles gigantes y callados.

            A mi derecha, una ventana de cristales limpios me dejaba entrever una pared de suave terminación, algo así como un viejo abanico japonés, una superficie manchada ex profeso en tonos verdes, anaranjados y ceniza. Escarbando en mi memoria me recordaba a un recodo del Viejo Río Amarillo, un tramo turbulento captado por un antiguo artista en donde solo se apreciaban los altos barrancos y las erosionadas piedras rechazando la espuma de unas olas sucias y pluviales. En un rincón de la escena, unos palisandros en flor y debajo de ellos un despeinado gato amarronado. Mi mirada se perdía en la escena recreada mientras el tiempo se me consumía en ese Cyber-Café, tenía tantas cosas que decirte y solo conseguía posar la mirada en una ventana, tenía tanto que aclararte y solo imaginaba gatos en la tarde.

Te hablaré de gatos nómades,
apreciando la brisa de la tarde.
Un bailoteo de hojas trémulas,
en nervaduras que tiñe el sol.

            Había reservado tiempo para dedicártelo y conversar tranquilos, acercar tus palabras a las mías, lo que significaba estar conectados mediante el mensajero, ya que tú estabas en una cercana ciudad y yo en un día de trabajo liviano, esos días posteriores a un feriado o a un domingo de fin de mes. Había regateado tiempo a iracundos relojes para compensarte por las anteriores mezquindades de mi poesía urbana. Supuse que ese esfuerzo retornaría a mí en forma de frases y sonrientes respuestas a tus interrogantes, no me percaté del lance cínico que me jugaba mi mirada, perdiéndose en lo inconmensurable de una ventana en el mes de abril.

Saludo a los gatos en la tarde,
les dejo largos bigotes nuevos.
Hojas caducas se desprenden,
y lentas caen hacia las raíces.

            Así transcurrió este minuto, esta hora vana, mi persona a través de la ventana mirando una pared y el árbol descascarado que en ella se apoyaba. Un gato de polvo y bronce recorrió el perfil de los ladrillos haciendo caso omiso de los abismos humanos vislumbrados. Pensé que debería haber sido un mono, para hacer justicia al escenario oriental imaginado, no un felino desganado por la calidez de la tarde despanzurrando con sus garras la corteza y desapareciendo como una ilusión de mis sentidos. Sabias de mis distracciones particulares y lo atribuiste a que extrañaba tu presencia, algo de eso enturbiaba mi mirada pero mi soledad hablaba solo de mi escape por una ventana y mi carencia de palabras era mi reflejo en el cristal, engañándome, haciéndome burla, para olvidar la terquedad de mis silencios.

Acaba aquí mi melopea de gatos,
voces aterciopeladas en la tarde.
Tu voz y la mía, no despertaran,
la vieja cadencia de las palabras.

            Cerré el mensajero, aleje mis manos del teclado. Lentamente retuve en mi paladar el gusto del último sorbo de café. Su amargura me reconfortaba, me hacía sentirme real al evadirme de un mundo de links y pestañas multicolores. A través de mi reflejo, de mi rostro deforme e inexpresivo, veo al gato sobre el árbol, mirando algo por encima de mí, dedicado a sus cuestiones superiores, tal vez un pájaro u un roedor. Quieto, ensimismado, ajeno a todo lo humano. Vuelvo de golpe a tus últimas palabras, quisiera encontrarles un sentido, materializar sendas o soluciones, pero también sabias de la incomodidad de los silencios, del instante en que ya las manos no quieren responder. Prometí escribir, como siempre, ignorando el artificio o la mentira para entregarte palabras verdaderas. Tú también habías abandonado el chat, quizás te aburrías y no sabías como decírmelo. Así somos, acaso, seres enfrentados por un ocaso de palabras.

Seremos los dos, arte sin hojas,
sin ruidos, la vida en un sueño,
estaremos quietos y adormecidos
como dioses gigantes y callados.