El olvido de la luna
de
Y yo, el
huérfano Ahab, sonreí,
el Pequod
flotaba serenamente
rizando en el Mar
del Japón.
Y yo, Ahab,
acaricié en la bolsa,
de mi jubón, el
peso tremendo,
de un doblón
de oro ecuatoriano.
El Pequod era
una Babel bíblica
en oscura madera
americana,
y la cerrada espuma
del mar,
su blanca mortaja
verdadera.
Y yo, el
mutilado Ahab, grité:
¡Sopla, pez de
alba joroba, sopla!
¡Por tus venas
corre la misma sal,
por la que
suspiran mis sueños!
Y yo, Ahab, presentí
en mi cuello,
la opresión amante
del cáñamo.
El féretro de
Queequeg se elevará,
cuando solo
uno permanezca vivo,
corcho
bautizado por los arpones,
y el llanto
amargo del negrito Pip.
Al sol de ese
mediodía, el demoniaco tatuaje,
de un cachalote
sobre mi antebrazo moreno,
se estremecía cual
esas mujeres promiscuas
de los
burdeles de Nantucket o New Bedford,
en el mes de
diciembre, sábado por la noche,
cuando el torpe
de Ismael inicio esta historia
de cetáceos
paranoicos y balleneros malditos.
© 2016 -
- ISBN-10: 1533096015
- ISBN-13: 978-1533096012