17 diciembre 2018

Era una noche de mil lámparas

Poema: Era una noche de mil lámparas, de mi libro

Distancias Oceánicas

de Jorge Eduardo Lacuadra (Autor), Editorial Luna de Marzo
ISBN: 9789872866327 – Año 2013


Era una noche de mil lámparas,
en un camino de sinuosos recovecos.
Era la nocturnidad de un alma,
la mía que deambulaba en busca de tropiezos.
Y como ciertas cosas que sepultamos en la memoria
y nos susurran al oído sobre nuestros pasos.
Nos arrepentimos de no prestarle atención
a los sonidos que surgen desde un sueño nuevo.

Era un cometa con mil filos de hielo,
en una órbita de peregrinos cansados.
Era la tempestad de unos besos,
caricias mías que quedaban una vez más sin asidero.
Y como algunas ciudades que sangran por las noches
y nos acostumbran frecuentar los mismos bares.
Nos lanzamos a dejar mensajes en botellas
en esos grises recipientes de las horas perdidas.

Era un dolor provocado por mil agujas,
sobre el mapa de la piel humana.
Era la esquina de mis culpas adecuadas,
pequeñas arañas que anidan bajo la luna.
Y no poder pedir menos al decoro de esta historia
y arrancar solo hojas de cuadernos por desprecio.
Nos adecuamos al tránsito efímero y al ruido
Y a los gritos de esos días que se esconden al amor.


09 noviembre 2018

Primavera de 1941

Sobre los abruptos acantilados de Dover, en la primavera de 1941 se produjo una espontánea precipitación de miles de minúsculos huesecillos de aves, como si una infrecuente ruta migratoria hubiera aligerado peso para permitir a sus pasajeros poder alcanzar archipiélagos lejanos y desconocidos. Algunos lugareños, hombres dados a las marinerías de oficio y a hurgar nidos en la niebla, hablan de un miedo atávico, mezcla de antiguas leyendas de los dragones en las cuevas del viejo castillo con los vuelos rasantes de cazas de la RAF perseguidos por los Messerschmitt’s de la Luftwaffe. Cuentan también que una mañana, terriblemente diáfana como para sugerir la costa francesa en la distancia, el viento del Canal arrojo sobre las playas del Condado de Kent, cientos de diminutos y perfectos cráneos de pájaros.


Apocalipsis ahora

            Los rumores fueron llegando, susurros hediondos como la selva que me rodea, pequeños hálitos de información traspasando la espesura. Y los hombres callaron ante mí, ellos siempre escuchan; mis hombres, mi ejército de sombras perfectas; silenciaron en sus actividades una murmuración de nerviosas consecuencias. Una barca asciende por el río hacia mí, no importa el destino, incumbe el hombre, un asesino remonta el Mekong como si su única razón de ser fuera cabalgar esas aguas eternamente turbias de cadáveres y levantar la mirada para otear la jungla en busca de mis huellas. Desde mí afiebrada atalaya, observo ese río, y mis pesadillas me dicen que sus vertientes pueden ser tanto el Gran Congo como un simple arroyuelo de montaña vietnamita. Alguien soñó conmigo este delirio, alguien  que no es mi navegante asesino, sino el hacedor de nuestros dos destinos, el que musitara las últimas palabras de horror a través de mi rostro moribundo; el maderamen sediento de ese barco tiene crujidos de barbarie y  jirones de niebla solitaria.


© Jorge Lacuadra - 2017

16 octubre 2018

Letanía de otoño


Hoy he visto bajo el jazmín de tu piel
los insectos de sangre del viejo dolor,
los números imaginarios que cuentan,
las lágrimas hastiadas de mi memoria.

Y hablo con una voz que ya no existe
en la pausa de la caída de los follajes,
de un otoño que derrite las distancias,
sobre la faz de tu rostro que se pierde.

Hoy he visto el atardecer ya exhausto
y la desesperanza de las horas vacías,
ese último disparo póstumo y certero,
de la ballesta impasible a mis olvidos.

Y hablo bajo un cielo que se desnuda
que tiene pasturas de otras ocasiones
y que redoblan su apuesta al unísono,
son recuerdos de un adiós extraviado.

Hoy he visto en el pasmo de tu cuello
mis vagos besos pupilos de tu noche,
propinas absurdas que callan caricias
en el costado indefenso de mi tristeza.

Y hablo en el lenguaje de las piedras,
que llevan en el sudor mi propio grito
de nocturna huida, de primeros fríos,
que envuelven tu cuerpo casi ausente.



© Jorge Lacuadra - 2018
Ilustración: Internet


07 agosto 2018

Poetas buenos y poetas malos



Yo he leído y leo (no he dejado de hacerlo), a poetas buenos y malos en Facebook, poetas que tienen sus muros llenos de medallas, copas y diplomas, premios de grupos que se decían "Los Selectos del Verso" o “Poetas del Mundo”. He visto los elogios que se profesan entre ellos. Supongo que, al no saber distinguir la misión del poeta, solamente hacen culto de la persona para no poner en evidencia su propia necesidad de elogios y aplausos. Que de poetas buenos, malos y mediocres está lleno el mundo, pero la calidad no abunda, eso lo sabemos. ¿Pero quién se erige en juez para dar una categórica opinión negativa, sin creer, u olvidar, que su propia obra no fue juzgada alguna vez? Quién dice malo, no ayuda, no enseña, no predica. Quién dice malo, y encerrado en sus aires olímpicos no brinda su apoyo, es el peor crítico de cualquier obra. Siempre he dicho que los únicos jueces indiscutidos de nuestro trabajo somos nosotros mismos, los demás son actores secundarios en consecuencia. En realidad a todos nosotros solo nos juzgará el tiempo, ese filtro que elimina a muchos y consagra a muy pocos. La calidad es un valor intrínseco en estos días en que el lenguaje se despoja y se despuebla. Y el empeño de lo bien hecho debe proyectarse hacia el futuro. El que criticó, lo hizo sobre algo que leyó en el pasado y sobre algo que no quiere ni va a recordar, y si no le quedó, o no le gustó, es solamente incumbencia suya. No debe bajo ningún aspecto ofender a la otra persona, ni juzgar su mérito. Por el contrario se debe proteger y guiar. Y si no se protege a alguien que trata de comunicar la palabra que es el mayor logro humano, mal puede considerarse esa persona "Hombre de letras".


© Jorge Lacuadra - 2018
Ilustración: Internet


04 agosto 2018

Hoy es martes en el universo



Hoy es martes en el universo
y el tiempo atraviesa mi ventana,
mientras descuento los minutos,
para hallarme y volverme a perder.

Quizás entre estos libros abiertos
o las prisas de escribir en el papel,
vuelvo a perseguir tu nombre
entre las palabras de mi laberinto.

Hoy es martes de un silencio nuevo
de brisas, de sonrisas de verano,
mientras pasan los peatones en huida
olvidando el pausado atardecer.

Quizás entre todas las preguntas
o los últimos versos del ocaso,
reencuentro la poesía de tu rostro
pálida y sutilmente enamorada.

Hoy es martes de cielo en caída
de nubes apócrifas y de meteoros,
desmiento mi oficio de peregrinar
por un orbe que agoniza en vertical.

Quizás deba decir, no debo,
cien veces más que aquellas cien,
y declinar como el caballo de Epeo
en inmolarme antes de naufragar.

Hoy es martes en el universo
y el tiempo atraviesa mi ventana,
mientras descuento los minutos,
para hallarme y volverme a perder.


© Jorge Lacuadra - 2018
Fotografía: Internet


11 mayo 2018

Poeta Juan Calero Rodríguez


Conozco a Juan Calero desde hace un poco más de dos años, por las redes sociales, por supuesto. Lo primero que hice al tener a Juan como contacto en Facebook, es generalmente lo que hacemos todos, supongo, buscar su nacionalidad. Así me enteré que existía un lugar en el mundo, una ciudad muy bonita, que se llama Guanajay, en la provincia de Artemisa, en la isla de Cuba. Luego empecé a ver que todas sus publicaciones partían o mencionaban La Palma, en Canarias, así supe de su residencia en esas otras las islas, un poco más lejanas, a un océano de distancia. Una residencia de más de treinta años. Su sangre insular quedaba demostrada, no puede abandonar su destino bajo el sol ni permanecer alejado del mar.
Lo que yo puedo referirles de Juan parte primero del conocimiento de su labor poética y del diseccionado laborioso de sus poemas. Luego se extiende a una amistad que fue creciendo y se fue forjando a base de respeto y textos compartidos. La culminación de dicha amistad hace eco en este día, en el que por fin nos hemos podido estrechar en un abrazo. Esfuerzo y dedicación le ha costado a este buen poeta para lograr sus objetivos, incluidas las fatigas de este periplo literario que comenzó en nuestro país vecino, Chile, hace casi un mes, para ya luego poder pisar por vez primera nuestras pampas físicas y literarias, acercándonos su trabajo.
Al leer sus poemas uno descubre la relación entre el balsero (su país de origen) y esas otras islas que lo acogen casi huérfano. El lenguaje de sus poemas, un canto de vida (que no excluye la muerte, si es poética) presenta un dominio de los tiempos y los recursos literarios. El conocimiento, el amor, el dato erudito, la pasión del balsero, la ternura del poeta. Juan Calero proyecta todo lo humano que él es en sus palabras. La preocupación constante, el tema del desarraigo, el dolor humano, las huellas que dejaron las irrupciones carcelarias de sus allegados, el recuerdo de su piel caribeña bajo otro sol (¿Que no es el mismo?). Sus creaciones son modernas, su versificación libre (casi vanguardista) su lenguaje es directo y alcanzable, a la vez que potente.
Sus poemas nos hablan de mástiles y vientos, de nostálgicos continentes para el que emigra, hacia donde sus pasos lo han llevado con esfuerzo. Nos hablan de un extranjero para el cual el tiempo ha pasado rápido y lo encuentra en la madurez con un puñado exquisito de poemas en la sangre. El recuerdo siempre está presente, la pérdida de los amigos, los incendios orquestados, el dolor del desarraigo, de los lugares queridos, la soledad que sea hace compañera. Y aunque todo continúe allí: las ciudades que semejan coliseos, los pulgares testimoniales, la arena política y el miedo, los eternos gladiadores lucharán y continuarán haciéndolo, por la libertad y por no doblegarse al silencio.
Hoy nos presenta su obra, se sacude de las ruinas, de las vainas de cobre insano, de sus corceles prófugos y ajenos, buscando su suerte y un destino. Nos entrega su elogio a Machado, Lorca y tantos otros que creyeron en el sacrificio por la palabra. Nos trae su renacimiento poético, luminoso y laborioso. Sus mismas palabras labran su itinerario: “Y me digo yo, Juan sin oficio, mediocre por leyes de dioses, adoradores de ídolos, pasajero diario de este útero de Tierra por no asistir a otra empresa, mediocre de qué; hay que comenzar de nuevo, cada jornada un párrafo, la página perdida.” Nos acerca su Charlot descarado y un beso de Marilyn, y ahuyenta con su verso la oscuridad y la torna su confesión. Su obra es “El grito extenso y lleno de sed”, como el mismo la presenta. Y por sobre todo nos trae su camino de no retorno hacia la poesía mayor latinoamericana. Señores, con ustedes Juan Calero Rodríguez, muchas gracias.

Jorge Eduardo Lacuadra – Santa Fe de la Vera Cruz - 04/05/2018