Esa noche, desde el faro, vi pasar el
primero de los icebergs, un fantasma de tamaño mediano, quizás unos cincuenta
kilómetros de largo por treinta de ancho. Los sonares indicaban que su volumen
por debajo del agua no era tan grande, solo se trataba de una placa deslizante
que se estuvo derritiendo milla tras milla. Lo perseguí con los binoculares
durante varias horas, anoté sus características y cuando comenzó a amanecer lo
perdí. Era mi última noche, luego vendrían dos días de descanso. En el
ascensor, al bajar del faro, vi otro destello hacia el sur sobre el oleaje. La
frecuencia había aumentado, las alertas eran constantes. Arriba, frente a los
controles, mi relevo ya lo estaría midiendo y catalogando.
Dos días en Puerto Madryn. Con Ella.
La beso. Y siento como los pequeños y
cálidos solenoides ondulan la piel dentro de sus labios siliconados. Es un
cosquilleo que nos envía vital información a los dos. A Ella le dice la medida
de mi respuesta, la presión, mis sitios de preferencia; a mí me trae el sabor de
un recuerdo, de una primera vez en abril, de un silencio compartido. Siento un
olor suave a aceites industriales debajo del perfume usual. Me responde al
instante, solícita, y escucho como sus cavidades se llenan de aire y lo sueltan
lentamente sobre mis mejillas. Incluso observo que, tímidamente, vibran las
aletas de su nariz y un rubor tenue pero constante invade sus capilares
sanguíneos.
Pero no sé si es sangre. Lo dudo.
Por un momento, sospecho, Ella analiza
mi rechazo. Ese procesamiento le debe llevar una milmillonésima de segundo. No
le cuesta nada, por eso no almacena la variable y vuelve a tener un pequeño
sobresalto cada vez. Un pequeño desliz que es como un juego entre los dos. Ella
lo advierte y se suelta del abrazo. Siento que cede la presión de sus dedos. De
todos a la vez. Siempre es con delicadeza, pero sé que sería capaz de
estrangular sin ninguna dificultad o quebrar un brazo. He considerado que
quizás lleve un historial y la prueba es solo para mí.
Se incorpora de la cama, desnuda, y se
dirige pensativa hacia la cocina; luego cambia de opinión y corriendo apenas
las cortinas se pone a espiar la calle que discurre cinco pisos más abajo.
Apenas si ha hecho algún ruido, solo un deslizar, un roce como de una tela
áspera y pesada. Su cuerpo regordete, pero bien proporcionado refleja las luces
exteriores de una manera especial, como si tuviera una suave capa de laca. Sus
pechos son perfectos y simétricos, eso seguramente la delataría. Miro como
mueve los ojos, inquisitiva y con su cuello acompaña los pequeños movimientos
corrigiendo o compensando ángulos. Luego, más tarde, me contará algunos
detalles o me describirá los colores del atardecer.
Siempre parece estar atardeciendo. No
importa la hora del día.
Me quedo acostado, el cuerpo todavía
entumecido después de los tres turnos nocturnos. En uno de los altísimos faros
de alerta, sobre la costa. Siento las piernas como dos muelles oxidados. Los
informes dicen que las aguas están subiendo más deprisa de lo pronosticado.
Grandes bloques de hielo de cientos de kilómetros de longitud se han
desprendido de la barrera de Larsen C, quizás los últimos, ya que casi toda la
Antártida está al descubierto y por las fotos que hemos visto, se parece
bastante a Nepal: altas cadenas montañosas, elevada erosión y millones de
pedazos de rocas puntiagudas. De todos modos también las aguas en ascenso la
están cubriendo. Recuperamos un continente para perderlo bajo el agua.
Miro a Ella y pienso si no estará
haciendo comparaciones con la fascinante “compañera” de Julián. Su departamento
está justamente frente al nuestro y los mediocres, pero de buena factura, ojos
de Ella suelen recorrer sus ventanales y ser partícipes de todos los detalles.
Julián es un Jefe de Faros, yo soy solo un operador. Él tiene otros privilegios
y buenos contactos dentro del Proyecto SATHA. Su posición le permite obtener
mejores concesiones como un departamento nuevo de dos ambientes y una hermosa
esposa a elección. Ella la observa con detenimiento. Algunas tardes solemos
conectar los ojos a la pantalla de la pared y nos entretenemos en espiar, sacar
conclusiones y especular sobre la extraña vida sexual de la pareja.
La línea de Altos Faros aprovecha los
acantilados y cabos patagónicos más elevados. Arranca desde Comodoro Rivadavia
hacia el Norte, hasta Puerto Madryn. Los faros de más de doscientos metros de
altura fueron instalados en los cabos San Jorge, Aristizábal, Dos Bahías, San
José, Raso, en Punta Tombo y en Punta Castro. Son parte del SATHA, Sistema de
Alerta Temprana de los Hielos Antárticos. Desde las alturas, donde solo imperan
los vientos, la soledad y la lluvia, se monitorea el movimiento de los icebergs
fragmentados de las grandes barreras de hielo y del mismo continente helado.
Mapas satelitales, sonares sísmicos que también nos entregan la altura del mar
al detalle y por sobre todo la observación visual clásica, gigantescos
binoculares para vigilar el tránsito silencioso de los fantasmas blancos.
La factoría que produce las
acompañantes las entrega con un manual técnico y otro de uso. Por supuesto
nadie los lee. Nos basamos en comentarios y conocimientos heredados sobre el
comportamiento. Qué música prefieren, qué les gusta mirar (son dispositivos muy
curiosos, como los gatos-droides), las posiciones sexuales y los temas de
conversación precargados, que a veces son motivo de bromas inocentes y
sonrisas. Algunos las prefieren mudas. Acostumbrados al silencio de los faros,
eligen compañeras calladas y melancólicas. Otros, los que vienen de Buenos
Aires, quieren que los androides les hablen de fútbol, de las ruinas de Mar del
Plata o les relaten noticias del Nuevo Congreso, esas reliquias del pasado. El
espectro sexual es amplio y se ajusta al gusto de los usuarios. Son las nuevas
formas del amor.
Los gobiernos han dictaminado que el
hombre no esté solo.
Lo que no dice el manual es si son a
prueba de agua o si pueden nadar. Nunca mencionan esas cuestiones y a nadie le
ha llamado la atención. Se bañan a diario como cualquiera de nosotros y huelen
bien, como recién salidas de una lavadora. Jabón y perfumes suaves. Por el
aliento se detecta si algo no anda bien, un aroma conductores quemados o a
aceite de lubricación; son las alarmas para llevarlos de inmediato al service.
Todas las ciudades de la costa tienen pequeños talleres donde se realizan las
reparaciones “livianas”. Conozco esos lugares. Por algo más complejo se las
envían a la Capital, pero nadie desea eso, nadie quiere estar sin compañía.
Ya bastante solo se está en los faros.
Me he quedado dormido. Me incorporo
sobresaltado. Ella está de pie al lado del teléfono. No lo toca, solo lo
observa chillar y vibrar sobre la cómoda llena de fotos de aves y animales
extinguidos. Su rostro denota preocupación auténtica. Llego hasta el teléfono
como si caminara sobre algodones. El llamado es de Bahía Blanca, de la Jefatura
del Proyecto, una voz que no reconozco. Han saltado todas las alarmas, algo ha
colapsado bajo los últimos hielos del mar de Weddell, una línea de falla o la
irrupción de un lago gigantesco debajo de Larsen ha provocado un temblor desprendiendo
toda la masa y generando un enorme maremoto. Han perdido contacto con todos los
faros hacia el sur, me piden por favor que mire la terminal porque los drones
ya están transmitiendo lo que sucede en los alrededores de Puerto Madryn.
Enciendo la pantalla, pero ya lo
considero un acto inútil. Por las ventanas se avista una oscuridad crepuscular
que asusta. Hacia el golfo ya no se divisan las luces de ningún faro. Pienso
que pasará con el tendido eléctrico de la costa. Noto algo más extraño, falta
un brillo y me doy cuenta que las aguas se han retirado varios kilómetros hacia
el interior. Las ventanas del departamento de Julián están cerradas. Un dron
sobrevuela el Parque Eólico Madryn y apuntando hacia la playa muestra una
imagen de espanto. Un muro se alza gigantesco y avanza, más oscuro que la
noche. Ya se ha tragado la península y penetra atronando en el Golfo Nuevo. En
segundos cubrirá toda la ciudad.
Ella me toma de
la mano. Siento los pequeños servomotores de sus nudillos sobre mi piel. Ha
elevado por instinto su temperatura y sus mejillas cambian de color. Por un
instante me pregunto si sabrá nadar, hasta que siento que me abraza y me besa
suavemente envolviendo mis labios, pero olvida mi nariz. Está aferrada a la
ventana y no la soltará y yo miro sus ojos mientras el agua oscura nos cubre.
Luego en el silencio acuático, veo como sus ojos se encienden e iluminan
nuestro cuarto, ahora submarino, donde los objetos sobrevuelan en espirales,
mientras me rindo ante su amor y me abandono en sus brazos.
Al abrir mis ojos le
sonrío y dejo escapar las últimas burbujas. Me doy cuenta que yo también estoy
respirando bajo el agua.