11 mayo 2018

Poeta Juan Calero Rodríguez


Conozco a Juan Calero desde hace un poco más de dos años, por las redes sociales, por supuesto. Lo primero que hice al tener a Juan como contacto en Facebook, es generalmente lo que hacemos todos, supongo, buscar su nacionalidad. Así me enteré que existía un lugar en el mundo, una ciudad muy bonita, que se llama Guanajay, en la provincia de Artemisa, en la isla de Cuba. Luego empecé a ver que todas sus publicaciones partían o mencionaban La Palma, en Canarias, así supe de su residencia en esas otras las islas, un poco más lejanas, a un océano de distancia. Una residencia de más de treinta años. Su sangre insular quedaba demostrada, no puede abandonar su destino bajo el sol ni permanecer alejado del mar.
Lo que yo puedo referirles de Juan parte primero del conocimiento de su labor poética y del diseccionado laborioso de sus poemas. Luego se extiende a una amistad que fue creciendo y se fue forjando a base de respeto y textos compartidos. La culminación de dicha amistad hace eco en este día, en el que por fin nos hemos podido estrechar en un abrazo. Esfuerzo y dedicación le ha costado a este buen poeta para lograr sus objetivos, incluidas las fatigas de este periplo literario que comenzó en nuestro país vecino, Chile, hace casi un mes, para ya luego poder pisar por vez primera nuestras pampas físicas y literarias, acercándonos su trabajo.
Al leer sus poemas uno descubre la relación entre el balsero (su país de origen) y esas otras islas que lo acogen casi huérfano. El lenguaje de sus poemas, un canto de vida (que no excluye la muerte, si es poética) presenta un dominio de los tiempos y los recursos literarios. El conocimiento, el amor, el dato erudito, la pasión del balsero, la ternura del poeta. Juan Calero proyecta todo lo humano que él es en sus palabras. La preocupación constante, el tema del desarraigo, el dolor humano, las huellas que dejaron las irrupciones carcelarias de sus allegados, el recuerdo de su piel caribeña bajo otro sol (¿Que no es el mismo?). Sus creaciones son modernas, su versificación libre (casi vanguardista) su lenguaje es directo y alcanzable, a la vez que potente.
Sus poemas nos hablan de mástiles y vientos, de nostálgicos continentes para el que emigra, hacia donde sus pasos lo han llevado con esfuerzo. Nos hablan de un extranjero para el cual el tiempo ha pasado rápido y lo encuentra en la madurez con un puñado exquisito de poemas en la sangre. El recuerdo siempre está presente, la pérdida de los amigos, los incendios orquestados, el dolor del desarraigo, de los lugares queridos, la soledad que sea hace compañera. Y aunque todo continúe allí: las ciudades que semejan coliseos, los pulgares testimoniales, la arena política y el miedo, los eternos gladiadores lucharán y continuarán haciéndolo, por la libertad y por no doblegarse al silencio.
Hoy nos presenta su obra, se sacude de las ruinas, de las vainas de cobre insano, de sus corceles prófugos y ajenos, buscando su suerte y un destino. Nos entrega su elogio a Machado, Lorca y tantos otros que creyeron en el sacrificio por la palabra. Nos trae su renacimiento poético, luminoso y laborioso. Sus mismas palabras labran su itinerario: “Y me digo yo, Juan sin oficio, mediocre por leyes de dioses, adoradores de ídolos, pasajero diario de este útero de Tierra por no asistir a otra empresa, mediocre de qué; hay que comenzar de nuevo, cada jornada un párrafo, la página perdida.” Nos acerca su Charlot descarado y un beso de Marilyn, y ahuyenta con su verso la oscuridad y la torna su confesión. Su obra es “El grito extenso y lleno de sed”, como el mismo la presenta. Y por sobre todo nos trae su camino de no retorno hacia la poesía mayor latinoamericana. Señores, con ustedes Juan Calero Rodríguez, muchas gracias.

Jorge Eduardo Lacuadra – Santa Fe de la Vera Cruz - 04/05/2018