En el mediodía del
siglo XI, el poeta persa Fakhruddin As'ad Gurgani afirma categórico, que aunque
un mito puede ser dulce y excelente, puede ser siempre mejorado con la rima y
la métrica, aplicándose a su estudio. Hacía referencia estricta a los juglares
persas de la hegemonía sasánida que hermanaban el arte oral de contar historias
con la composición de melodías medidas y exquisitas.
Los gobernadores del
vasto Imperio Persa, crueles en la batalla y en la conquista, exaltadores de
los hechos de la sangre, y sin embargo sensibles a lo imperecedero de la
eternidad, prestaron merecida atención y mecenazgo a todas las artes musicales
y en especial a los poetas juglares que narraban sus gestas heroicas acompañados
por los delicadas e intrincadas labores de sus instrumentos.
El músico Bardad, un
miembro menor del séquito de la corte del sasánida Cosroes II, en la segunda
década del siglo VII, decide alcanzar la mayor aspiración de un juglar, ser el
predilecto del rey, tarea no exenta de esfuerzos e ingratitudes. Desafía a
Sarkash, el superior de la corte y miembro de la misma etnia religiosa (cristianos
nestorianos) que Shirin, la esposa del rey y es expulsado. Congracia o soborna
al jardinero real para introducirse en sus jardines en espera del paseo del
soberano y se oculta en la copa de un árbol, su voz maravilla al rey y encanta
a las aves.
Es así, como el músico
sasánida se mimetiza en los jardines exóticos de Palacio y canta con la locución
más bella que el Imperio Persa haya escuchado. El rey de las aves, el Simurgh,
que es a la vez uno y todas las aves, se ruboriza al escucharlo. Sus melodías
unifican la épica de los jinetes del desierto junto a los cotilleos y venganzas
populares en los insidiosos salones de la Corte. Su verso se torna famoso e
inolvidable. El sonido único de su laúd tejería leyendas entre los parsis.
Vestido completamente
de verde, su laúd de madera de mora también verde, Barbad, juglar de la corte
del rey Cosroes II, logra de esta manera convertirse en “Rey de los Juglares”. El
soberano le promete todas las piedras preciosas que quepan en su boca y en sus
manos. En no pocos suscita, tal
vez, terribles envidias. El gremio de los juglares es poderoso y hábil en
tejemanejes y traiciones. Los chismes del séquito y las novedades eran su
moneda de intercambio. Barbad, seguro en su arte, sobrevive a más de un complot
y esquiva difamaciones y rivalidades.
Los desafíos son una
constante, Bamshad (músico del amanecer), Ramtin y Nagisa (maestra de arpistas)
son los adversarios ante los cuales sale airoso Barbad. Todos ellos también
adquirieron renombre en el antiguo Irán. Muere Shabdiz, el caballo predilecto
del rey, y Barbad, a riesgo de su vida, evitando la ejecución como mensajero de
nefastas noticias, interpreta la melodía más melancólica que oyera la historia
de Persia, enmudece la corte, Cosroes ensombrece su rostro y pregunta: "¿Es
que Shabdiz ha muerto?". Barbad inmediatamente contesta: "¡Eso es lo
que dice usted, Rey de Reyes!".
El calendario persa, herencia
de los antiguos caldeos, poseía un año básico de trescientos sesenta días, para
cada uno de los cuales Barbad compuso una única e inimitable melodía, creando así
toda una teoría musical que perduró por siglos en las regiones de la Grande Siria,
las llanuras del Elam o el Irán. Estos fueron hechos que acontecieron cuando
aún la ciudad sagrada de Bagdad era un camino áspero a la vera del Tigris primigenio
y la antigua Babilonia solo ruinas y polvo.
Cuenta la leyenda que
al morir el Rey Cosroes, en Palacio, en la capital del Imperio, Ctesifonte, en
el mes último del almanaque persa cuyo nombre es Esfand, ejecutado bajo la
forma imperante en la época que era la muerte lenta por certeras flechas, Barbad,
inconsolable, mutiló sus manos y quemó sus instrumentos, por devoción y respeto
al soberano, su amado mecenas, y que las fuentes de todos los jardines de
Persia rezumaron tintes verdes por cuarenta días y ninguna noche.