Recordé una vieja historia. Un hombre vuelve siempre de
su jornada laboral por el mismo camino, vidrieras cotidianas, semáforos
conocidos y parpadeantes de urgencias innombrables. Es la hora en que se
atenúan los sonidos del orbe y las luces reducen su brillo y los bares se
sacuden de clientes. Otro hombre, una borrosa figura en su memoria, lo llama
siempre desde un callejón oscuro. El hombre de nuestro relato vacila y la
seguridad del llamado tiende a paralizarlo, eterniza un momento terrible y
logra al fin acercarlo a la grisácea forma de su interlocutor.
En ese cercano
instante observa en el ceniciento rostro, un par de colmillos de plata, de una
hermosura incomparable, tan atractivos como sedientos de sangre. Rápidamente el
desconocido se quita los colmillos y guardándolos en una extraña cajita de
madera oscura hace el gesto de entregarlos. Pero nuestro hombre no puede
detener su marcha, imponderables cotidianos encausan nuevamente sus pasos hacia
las lejanas luces del hogar y abandona todas las noches al otro, al que se
sumerge nuevamente en las penumbras de los angostos espacios de la ciudad.
Desconozco por
cuanto tiempo discurrieron estos encuentros, el devenir de otros años u otros
hombres cambian tal vez el aspecto de esta narración que hoy evoco al saltar de
ciudad en ciudad, o al involucrar al narrador como propio testigo de los
alterados hechos en el comienzo de esta noche. Sin volver la vista, cabizbajo,
apuré mis pasos para no sentirlo, para no verlo, aunque él, sonriente en su
nocturnidad, musitara firmemente mi nombre desde el siniestro callejón.
2 comentarios:
Hermoso relato con un tono de nostalgia que evocó la memoria de otras historias que se repiten y se repiten como espejos de lo humano.
Creo Grace, que estos encuentros en el límite borde de la fantasia con personajes extraños, son mas frecuentes de lo que pensamos... Gracias por recorrer mis cuentos y poesías!
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