Los rumores fueron llegando,
susurros hediondos como la selva que me rodea, pequeños hálitos de información
traspasando la espesura. Y los hombres callaron ante mí, ellos siempre
escuchan; mis hombres, mi ejército de sombras perfectas; silenciaron en sus
actividades una murmuración de nerviosas consecuencias. Una barca asciende por
el río hacia mí, no importa el destino, incumbe el hombre, un asesino remonta
el Mekong como si su única razón de ser fuera cabalgar esas aguas eternamente
turbias de cadáveres y levantar la mirada para otear la jungla en busca de mis
huellas. Desde mí afiebrada atalaya, observo ese río, y mis pesadillas me dicen
que sus vertientes pueden ser tanto el Gran Congo como un simple arroyuelo de
montaña vietnamita. Alguien soñó conmigo este delirio, alguien que no es mi navegante asesino, sino el
hacedor de nuestros dos destinos, el que musitara las últimas palabras de
horror a través de mi rostro moribundo; el maderamen sediento de ese barco
tiene crujidos de barbarie y jirones de
niebla solitaria.
© Jorge Lacuadra - 2017
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