EL
SENDERO
Ayer he
desandado el camino por donde siempre volvíamos del río, digo lo he desandado
pero me parece que estoy diciendo mal porque ¿te acordás? nunca lo usábamos
para llegar hasta la orilla, el camino de ida era lanzarnos por esa ladera
cubierta de hierba y vertiginosa, había que hacerse un ovillo muy flexible,
cubrirse bien la cabeza con las manos y recoger las piernas contra el pecho,
única forma de llegar más o menos sano y salvo hasta el agua que brillaba,
transparente.
Imposible volver
por el mismo sitio, era un viaje con boleto de ida sola; para regresar había
que resignarse a la pauta consabida de un sendero, después de aquella mágica
rodada y de las zambullidas desde las piedras altas nos parecía una especie de
humillación, nadie lo decía pero se nos notaba en el cansancio de los gestos,
en las palabras, pocas y aletargadas, en el modo de no mirarnos al retornar.
Ayer he ido
caminando despacito por ese sendero que nunca había transitado; ya sé, vas a
decir que fueron cientos las veces que lo anduvimos, pero te juro que yendo es
otra cosa, yendo y no viniendo no es el mismo, te aseguro que es un atajo
diferente. Además de que fui yo solo, faltaban vos, la Baby y la Negrita,
faltaba todo, podríamos decir, y yo iba caminando y asombrándome de lo distintos
que puede resultarnos cualquier cosa -hasta un rostro, ahora estoy seguro- si
lo recorremos en un sentido no habitual.
¿Por qué lo
hice? Porque quería volver a ver el sitio donde creemos que te fuiste para
siempre, mejor dicho la boca de ese sitio, la hipotética entrada a ese otro
lado donde todos suponen que existís, aunque bien saben que nunca te
encontraron, no te encontramos por más que te buscamos durante días y meses (y
van años), como la Baby, que todavía te está buscando, o como yo, que te busco por
etapas, tal vez cuando te extraño demasiado, o en una de esas cuando me siento
solo.
Pero el sendero
me iba demorando. ¿Cómo te explico? No me detenía pero de algún modo me
frenaba, impulsándome a observar cada detalle, sorprendiéndome con cada
diferencia, obligándome a preguntarme a cada rato si la memoria no me estaba
traicionando, si era ese el sendero que siempre recorríamos para volver del río
hasta la casa.
Y para colmo me
embaucaba de lo lindo: cuando creía haber encontrado alguna prueba, una demostración
de que sin duda era ese, enseguida aparecía una contraprueba: un recodo no
recordado ni en pesadillas, un árbol totalmente desconocido, unas piedras que
parecían de otro mundo.
Así,
reconociendo y desconociendo, fui bajando hasta el río, hasta el lugar donde
supuestamente emprendíamos la vuelta. Al final de una curva inesperada me dejó
casi ciego el resplandor del agua. Y entonces supe. Ese no era el sendero que
utilizábamos. Me había equivocado por completo.
Miré el río, el
paisaje desconocido. Todo era arena y piedra, no había verde, y el agua era más
baja y más brillante, y aquello parecía otro planeta.
¿Por qué repito
esa letanía idiota sobre la sensación de hallarme en otro lado? Tal vez porque
me encontraba en otro lado. Porque apenas llegué a la orilla me di cuenta de
que todos le habíamos errado; de que era ese, el sitio donde estaba, el lugar
donde algo te había llevado.
Lo supe por el
modo en que el sitio me miraba, y podés pensar, si querés, que estoy chiflado.
Pero era así, me observaba y se reía. Y me decía con voz de agua entre las
piedras: ¿Te das cuenta? Sos el único que lo sabe. ¿Te sirve de algo? ¿Para
extrañarlo más? ¿Para preguntarte más obsesivamente aun cómo fue posible que
algo se lo llevara?
Y brillaban, esa
agua y esas piedras. Brillaban como si fueran la última realidad, esa de las
que vos a veces nos hablabas: la que se esconde detrás del velo, y todo eso.
Pero la última
realidad, estoy seguro, no se hubiera reído así de mí.
De mí, de vos,
de nosotros, los humanos, que entonces éramos jóvenes e impetuosos y
arrasábamos el paisaje a pura fuerza, elegíamos lanzarnos por la pendiente,
romper el agua con nuestras zambullidas, desajustar la armonía de las piedras,
pensar que éramos los dueños del lugar.
No sé, no me
respondés. Y yo sé que algo está a punto de suceder. Pobre Negrita, pienso,
siempre preocupándose por mí. Pobre Negrita, siempre con la idea fija de que
los hombres somos menos fuertes, que tu ida me afectó como a ninguno pese a que
la Baby te busca cada día, cada día de su vida te está buscando así como la
Negrita me va a buscar a mí después de que ocurra eso que está a punto de
ocurrir.
1 comentario:
muy bueno, me gusta la descripción y la idea.
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