Dolor...
De ser arcilla mancillada
o légamo remoto,
que se corroe bajo
antiguas manos de poeta
y de ser dueño ya
gastado, rey sin heraldos,
erosionado por
lágrimas y una fiebre añeja.
Orgullo...
¡Ah! ¡Ah! ¡Ese tonto
duendecillo tenebroso!
Tan necesario, tan
vital, tan a tiempo en mí,
para combatir ciertos
dolores y elocuencias
y que no basta, no
alcanza, una sombra gris.
Silencio...
Soledad en una tarde
fría, de gatos gordos,
vacío de calles rojas
y ventanas a las nubes
deambulando con la
certeza tal vez incierta
de ser uno solo, yo y
nadie, consigo mismo.
Palabras...
¿Cómo definir esa
tiranía intensa del dolor?
¿Cómo describirte la
crueldad de una frase?
No nací para aceptar las
yerras respuestas,
que no procedieran de
mis racionales labios.
Lágrimas...
Refugio del viajero esperando
la tormenta,
sobre la cima de la
montaña o en el cieno.
Mi fuerza es la del caballero
más exánime
y mi tristeza cierta
la del olvidado gigante.
Amor...
Perdóname hoy, no
puedo hablarte sobre él,
pues estoy escribiendo
un verso en la noche.
Puedo imaginar todos
los rostros que amé,
pero me ciega algún
color y entonces callo.
Libertad...
Muy lejos, si, muy
lejos, donde tú descanses,
o donde la flor transmuta
su delgada forma,
existe un legado para
mí alma, elegido está,
es la curvada simpleza
de una gota de agua.
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