02 junio 2013

Apocalipsis ahora

           Los rumores fueron llegando, susurros hediondos como la selva que me rodea, pequeños hálitos de información traspasando la espesura. Y los hombres callaron ante mí, ellos siempre escuchan; mis hombres, mi ejército de sombras perfectas; silenciaron en sus actividades una murmuración de nerviosas consecuencias. Una barca asciende por el río hacia mí, no importa el destino, incumbe el hombre, un asesino remonta el Mekong como si su única razón de ser fuera cabalgar esas aguas eternamente turbias de cadáveres y levantar la mirada para otear la jungla en busca de mis huellas. Desde mí afiebrada atalaya, observo ese río, y mis pesadillas me dicen que sus vertientes pueden ser tanto el Gran Congo como un simple arroyuelo de montaña vietnamita. Alguien soñó conmigo este delirio, alguien  que no es mi navegante asesino, sino el hacedor de nuestros dos destinos, el que musitara las últimas palabras de horror a través de mi rostro moribundo; el maderamen sediento de ese barco tiene crujidos de barbarie y  jirones de niebla solitaria.
 

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