El
Discípulo tiene un sueño. En él, desde lo profundo de un pozo abismal tiene que
subir por una cuerda de papel para poner su vida a salvo. Para agravar la
situación ya de por sí complicada por la fragilidad de la soga, el pozo está
lleno de agua hasta la tres cuarta parte de su cuerpo, de esta manera el
Discípulo tiene que mantener las manos secas para que el papel no se moje y no
se rompa, poniendo fin a su esperanza de salvamento. Aunque por capricho de los
dioses la cuerda se reproduce en la parte superior descendiendo a medida que
las manos en su empeño de subir mojan la parte inferior y deshacen tramos
equivalentes. Consultado el Profeta por la interpretación de este sueño, dio en
sumirse en profundas y míticas cavilaciones, entonar un canto tántrico e
inmolar diversos pequeños animales a su dios particular. El Discípulo mientras
tanto ve transcurrir la vida frente a la morada del Profeta y ante sus ojos,
entonces, con apenas meditada simplicidad, compara su sueño a lo largo de esos
años con el esfuerzo de continuar la cotidiana existencia y sonríe ante la
sencillez de su propia interpretación.
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