Fue en diciembre de 1900, en el cambio de siglo, bebía
una soda con mis hermanos cuando lo vimos aparecer en el patio trasero de
nuestra casa, brumoso al principio, como un reflejo matutino sobre el estuario
del Támesis, allí estaba, fue haciéndose tangible y real. Un artefacto extraño
y un hombre andrajoso en su interior; colgaban gelatinosos líquenes de la
castigada estructura, delgadas y extrañas plantas carentes de fotosíntesis.
Parecía un refugiado de una batalla solitaria dentro de su irreal carro de
combate, retornando del frente, de la delgada y oscura tierra de nadie. Luego,
un segundo más tarde, se descargó sobre
nosotros, atravesándonos, la mirada del viajero a través del tiempo y supimos del
delirio increíble, de las imágenes que danzaran ante sus ojos, de la
desesperación y la impotencia por doblegar la corrosión de los años sobre su
rostro, y de su certeza concreta de la muerte del sol.
1 comentario:
Y los Eloi y los Morlocks...
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