El piano le sigue gustando, no es muy grande, cumple su
función, no ostenta. Contempla las paredes descascaradas en el fondo del local
y comprende, que son tiempos duros, a pesar de las ventajas del contrabando y
la ceguera de algunos prefectos corruptos. Lo de siempre, se dice, incorporar
una novedad parisina frente al piano y terminar invariablemente buscando al
viejo Sam en los hediondos burdeles de Marruecos para convencerlo, no sin
melancolía, de que retome su lugar. Se siente cansado, aburrido, olvidado, de
tener en la mano el mismo vaso de buen whisky, por lo menos queda eso, y los
amados Chesterfield sobre la madera lustrosa de la barra. “As time goes by”,
murmura la boca partida de Sam, esa negra cascada de palabras que carcome el
corazón y el alma de Rick El atardecer de posguerra en Casablanca solo trae
recuerdos de unos cabellos rubios de mujer.
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