09 mayo 2013

Dinosaurio


Le dije, tal vez solo le insinué,
con una inocencia de milenios,
que había visto las llamas tristes
que devoraron los pastizales
viejos y resecos del Paraíso,
y también a un anciano hindú
invocando al Buda mientras
olisqueaba las hojas de guava,
precisando los días transcurridos
desde una muerte terrible.

Le dije, quizás solo le sugerí,
que la exigua garra del dinosaurio,
era en sí otra cosa, tal vez un sueño
devenido en esperanza de mano,
para narrar ilusiones y calendarios,
y que vi en un viejo museo mi rostro,
alargado, agrietado, de feroces dientes,
los ojos de ave hacia los costados,
mirando otros mundos imaginados,
mi estómago, huesos entre huesos.

Le dije, acaso le hable de otra forma,
rompí viejos fósiles que olían a barro
que se partían como indignos lápices,
aunque fueran también mis palabras
gritadas o gruñidas en el Paraíso;
y el anciano hindú continua hablando,
auscultando las nervaduras de mi mano,
sintiendo un leve, un pequeño latido,
él sabe, que el mundo no muere,
y le devuelve al saurio su destino.


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